lunes, 18 de marzo de 2013

MI AMIGA LA MOSCA


A la memoria de James Clavell y su obra La Mosca
I


RUFUS VILORIA LAMENTÓ HACER AQUEL EXPERIMENTO con la Prosopomya Pallida, una simple mosca doméstica que sometió a un procedimiento doloroso para analizar su hemolinfa. Necesitaba aislar la proteína que la hacía inmune a cualquier clase de invasión bacteriana. Fue abriendo el abdomen de la mosca con un escalpelo diminuto. Sale la hemolinfa color sangre. La mosca se contorsiona, mueve las patas y comienza a desesperarse. Rufus presiona con la pinza la cabeza del insecto, que hace un movimiento brusco, como si quisiera desprenderse del resto, pero luego se contrae. Expira. La hemolinfa ha salido casi por completo de su cavidad. El ojo del científico sobre el lente del microscopio se expande, gradúa, gradúa el aumento del aparato, mira los hemocitos, gradúa aún más, más, ahí está la proteína, quiere separarla del resto, pero está adherida a un átomo de hierro formando una molécula. Es complejo, complejísimo. Rufus añade un aislante que ha trabajado por muchos años, es efectivo para hemocultivos. Lo logra. La proteína por fin es aislada. Tiene en sus manos quizás el antídoto contra todos los elementos patógenos del mundo.

Pasaron meses de arduo trabajo para producir el Vilorium. Rufus no quería avisar a la prensa hasta que estuvieran descartados todos sus efectos secundarios. Él mismo sería el conejillo de indias. Tenía dos meses tomando 20cc de la fórmula para suprimir una infección que se provocó con miasmas de una industria química. Resultado: Los bacilos anómalos no pudieron adherirse a sus tejidos, vísceras, o contaminar su sangre. Por el contrario, el Vilorium aumentaba el número de sus plaquetas fortaleciendo las defensas de su sangre, desarrollando su fibra muscular y provocando la proliferación de vellos sobre su piel. Gradualmente sentía que sus fuerzas aumentaban, que sus cuarenta y ocho años cambiaban a veinte. Pero Rufus se turbó. Un presagio nefasto y abrumador dirigió sus pensamientos a una terrible posibilidad: La fórmula del Vilorium quizás no estaba completada. Tal vez desde el comienzo fue un perfecto error. La proteína nunca debió ser sustraída de la mosca. El tiempo pasaba y su compulsión por el Vilorium se acentuaba: temblaba, sudaba frío, se tornaba irascible, violento, no podía concentrarse en lo que hacía. Su corazón latía rápidamente. Se acordó de aquella vieja película de James Clavells “La Mosca”, y lanzó una carcajada. No podía creerlo, sus colegas se burlarían con sólo decirlo. ¿Decir qué?, ¿que probablemente estaría en la fase intermedia de una metamorfosis? Volvió a carcajearse. Pero esta vez con miedo, un miedo que se le notaba en su mirada. Un miedo que provocaba el movimiento involuntario de su pómulo izquierdo y un frío desagradable en su espalda. -¡Basta!, pensaba. Lo que experimento no es más que la reacción lógica de una droga. Su dependencia irrefrenable. Los días se encargaron de mostrarle a Rufus la terrible verdad. Cuando el espejo del baño, le reveló la probóscide de una horrenda mosca. Vomitó al instante, manchando el espejo de un líquido viscoso que derretía todo. Era el vómito de una genuina Prosopomya Pallida. Ojos compuestos color rojizo, cabeza cubierta de filamentos parecidos al pelo, pero nunca comparables. ¡Mi cuerpo!, gritó. Rufus quería ver su cuerpo. Corrió enseguida al espejo grande del techo del laboratorio. Intentaba tercamente acostarse en el piso para quedar frente al espejo, pero no lograba hacerlo por su inmenso abdomen. Un picor irresistible en la espalda, accionó siseo de dos alas translúcidas. Algo gelatinoso expulsó repentinamente de sus intestinos. Era algo negro y pegajoso que manchó sus patas. Estaba asustado, pero iracundo. Al punto de lanzar el instrumental al piso, voltear mesas, pipetas, frascos y refrigeradores. Rufus gritaba, gritaba con un sonido de bicho. 

Los vecinos avisaron a la policía sobre los ruidos que salían de casa del doctor Viloria. Y en poco tiempo, los azules tumbaban la santamaría del laboratorio. Había bomberos, ambulancias, reporteros, cámaras y vecinos curiosos. Todos se adentraron y vieron con sorpresa a una mosca gigante revoloteando por el aire, golpeando las cosas, diciendo palabrotas con una voz disminuida que salía de alguna parte de su horrenda cabeza. El sonido se hizo cada vez más inaudible, hasta que sólo se percibía como un leve chasquido, y luego, el interminable siseo de un insecto que volaba por el aire.

II


HOMBRE MOSCA DESCUBIERTO EN EL LABORATORIO DEL PROFESOR RUFUS VILORIA. Así amanecieron los tabloides. Las fotos mostraban al enorme díptero que según las fuentes era capaz de comerse a un humano de un solo bocado. - ¡Así que este era el gran proyecto de Viloria! Vociferó Carpio Manrique, colaborador financiero para el proyecto Vilorium. -Todos estos meses, todo este dinero despilfarrado. ¡Dios mío! ¡Lo mato! Le quito todo, hasta su madre. Y ni pensarlo que le daré otra oportunidad al desgraciado.

Manrique movió todos sus tentáculos. Hombres de negro recorrían la ciudad con gafas oscuras y Colts 3.8 con silenciadores. Sus lustrosos autos negros se mimetizaban con la turbia claridad de los faroles. Tenían orden de traerlo vivo o muerto. Era cuestión de tiempo para que lo consiguieran. Pero con las presiones de Manrique, sus hombres se desesperaban, y se metían en cualquier casa sospechosa. Salpicando de sangre las ventanas con los tiros que aplicaban a uno que se quedó mudo porque no quiso hablar, o porque tal vez le dio un tembleque, o porque con el miedo le dio por correr. Pero el -yo no sé nada-, se repetía y seguía corriendo sangre por las calles, y los obituarios engordando los periódicos. Muchas veces la atrocidad era tan grande que los horrendos fotolitos ocupaban la primera plana. Sobre el sofá de una casa amanecía un cadáver desnudo con hematomas y un tiro de Colt en la ingle. A las cinco de la tarde de un jueves, flotaba un bulto en el río Güaire en evidente estado de descomposición. Según forenses, había sido una muerte causada por los tiros de una Colt. El sábado a las doce, hombres de traje fueron vistos llevando Colts, por los vecinos del piso 9 de un edificio sin nombre. Según habían tumbado la puerta del 94, y que luego de escucharse disparos, el dueño salió por la ventana estrellándose sobre el concreto. La víctima había muerto antes de la caída por cuatro tiros de Colt. Manrique iracundo, al ver las últimas acciones de sus hombres, pateó a su buldog en el rabo, pero éste se le aferró a la pantorrilla mordiéndola como lo hacía con su hueso. Vio todo gris cuando los filosos colmillos le laceraban los tendones de su pierna izquierda. Una ambulancia lo dejó en la clínica, mientras llamaba a los médicos con alaridos de apremio: ¡Apúrense miserables que se me muere la pierna! En medio de su fatalidad pensaba en Iturrieta, el jefe del grupo que había contratado para hallar a Viloria. No podía creer que esos zopencos lo expusieran a tanto. -Todos saben que ellos trabajan para mí, decía en voz alta. Quería tener a Iturrieta en frente para partirle la cara. Aquellas Colt 3.8 las había traído él mismo de Miami para usarlas en su polígono de tiro. No para mancharlas de sangre. No era lo que le había dicho a Iturrieta, y cada vez que lo pensaba, se arrepentía más de haberlas colocado en manos de aquel grupo de pendejos. Era lo más fácil del mundo encontrar a un científico loco, barbudo, famélico, con una maleta llena de frascos y tubos de ensayo; probablemente vestido con una bata llena de manchas de sustratos y ácidos sulfurados. No podía imaginar a sus hombres echando tiros a mansalva, convirtiéndolo todo en un caso de crónicas urbanas, mientras los sabuesos con placa olfateaban las innumerables pistas que dejaban. Manrique casi se veía esposado en los diarios, llevado ante un tribunal por homicidio culposo, condenado quizá a treinta años o más. Todo por culpa de unos pendejos que se emocionaron con las armas que les dio. Pero qué quería Manrique. Quería un trabajo limpio y sin estrépito.  Quería a Viloria amarrado a una butaca de su oficina, para cobrarse la paga de cinco meses de financiamiento. Obligarle a trabajar en algo importante. Como por ejemplo: la cura del Sida, el Cáncer, el mal de Parkinson…, en fin, algo importante para la humanidad, y para sus cuentas bancarias.

Después que Manrique despidió a Iturrieta y sus muchachos, extrañamente, los asesinatos siguieron dándose en las calles. La opinión pública relacionaba aquellas grotescas muertes con la famosa mosca comecarne. Los periódicos, la tele, la radio, se hacían eco de los comentarios de la gente. Las conjeturas describían escenas donde una terrible mosca gigante, hacía incisiones certeras en el cráneo de los humanos, sorbiendo su materia gelatinosa. Un tipo que entrevistaron dijo: -“Sólo sé que se escucha como un sffff, interminable, que se hace cada vez más cercano hasta que, plaf, algo te da por la cabeza, y no sabes más de ti…”. Artículos cada vez más escabrosos se publicaban en los diarios y revistas. Un famoso novelista intentó escribir la historia desde el principio, pero la dejó inconclusa, porque temía que la mosca pudiera vengarse de su osadía. El miedo parecía respirarse como el aire. Un aire denso y alucinador como la morfina. Proclive a transmutar en pánico enceguecedor. La policía estaba confundida porque los cadáveres que encontraban ya no eran víctimas de una Colt, sino de incisiones extrañas en el cráneo.


III


Carpio Manrique no dejó de ser un sospechoso. Por eso utilizó nuevamente su técnica de persuasión más desarrollada para influir en la policía: el soborno.  Y otra vez un inocente tendría que sacrificar treinta años de su vida. Todo porque un hombre más poderoso movió aquellos hilillos invisibles, donde todo se sabe, se modifica, y se determina a conveniencia de unos pocos. Esta vez el que pagó fue Manolo, cuya acuosa mirada acariciaba cada parte de su casa. Cada rincón le que recordaba su esfuerzo por alcanzar todo lo que había logrado en años. El clic aceitado de las esposas era para su corazón, el sonido de una marcha fúnebre. Tenía que despedirse de todo. De su bella esposa que parecía quemarlo con sus lágrimas. Llamaría un abogado, a ver qué podía hacer en una situación como esta, donde todas las pruebas lo acusaban. Pruebas incriminatorias que aparecieron como por arte de magia, dentro de su caja fuerte. Como las cochinas Colts que también fueron encontradas en su casa. Eran evidencias muy contundentes.

Manrique campaneaba un Whisky a las rocas, mientras detallaba por televisión el traslado de Manolo a la corte. Un débil remordimiento le molestaba cuando veía la cara del supuesto criminal y de su esposa, llorando con el rostro manchado de maquillaje. En fin, todo muy trágico y conmovedor. Pero su pensamiento suprimió todo escrúpulo: -“Lo siento señor Manolo, pero era usted o yo”. 

Minutos antes de que Manolo se introdujera a la corte. Viéndose acorralado por las cámaras y los comentarios de los medios, respondió: - “No sé quién me incriminó, pero sé que todo sale a la luz en este mundo”. Lo dijo mirando las cámaras, como si pudiera ver a través de ellas la cara del verdadero culpable. De pronto, un griterío retumbó más allá de la escena. La gente que rodeaba al sospechoso se dispersó corriendo. La reportera se lanzó de bruces al piso, mientras le gritaba a Crispín que hiciera toda la toma. La toma donde la mosca aferró a Manolo con sus patas, y se lo llevó a gran velocidad hasta ocultarse entre las nubes.


IV

Luego de kilómetros de vuelo, la mosca descendió repentinamente. Manolo entreabrió sus ojos y oteó con pánico su probóscide. Hacía aquel sonido con sus alas limpiándose sus ojos con las patas. Manolo temblaba y castañeaba, como si quisiera comerse sus propios dientes. Se quedó como hielo cuando la mosca lo tomó y lo lanzó repentinamente hacia la puerta de una quinta. Una hermosa quinta rodeada de muros y alambres. Con una de sus patas señaló la ubicación de unas llaves bajo el tapete. Manolo abrió la puerta y entraron, y lo que tenía apariencia de una hermosa quinta, por dentro, era en realidad un enorme laboratorio. Manolo sufrió una severa complicación estomacal. Lanzó un gas. Varios gases. Sus hediondas emisiones lo hacían más apetecible para la mosca. Pero ella no lo engullía, sino que emitía un sonido como de radio mal sintonizado. Lo hizo por un buen rato hasta que en medio de esa estridencia, se percibió una voz humana. Era la voz de Rufus Viloria: -No voy hacerte daño, dijo. Manolo quería salir de allí, pero estaba paralizado del pánico. Veía el movimiento de su larga probóscide, parecida a la trompa de un oso hormiguero, pero más grande y horrenda. Su baba corrosiva. Sus  patas llenas de pelos. Su cabezota. Sus alas translúcidas. Y aquellos colosales ojos compuestos. Por momentos no parecía ni siquiera una mosca, sino un extraterrestre. -No te asustes, dijo, aunque parezca un monstruo. Necesito tu ayuda para revertir los efectos de mi fórmula. Creo que consumiendo la misma proporción que ingerí al principio, mi ADN volverá a acoplar los eslabones originales. ¿Deseas decir algo? ¿Decir?, ¿decir qué?, Manolo no podía decir nada. Estaba al borde de un colapso nervioso. Ese día había sido violento, cruel y fantasioso, como parte de un relato de Stephen King. Pero el científico pudo encontrar ayuda en Manolo para preparar la fórmula. No fue fácil realizar el procedimiento de la primera vez. Cuando se le hizo un mundo extraer la proteína y luego mezclarla con los sulfatos; en las proporciones exactas. Esta vez su trabajo dependía en buena medida, en que Manolo ejecutara al pie de la letra sus instrucciones. Porque sus facultades mentales se reducían día a día. Sus pensamientos se hacían cada vez más difusos. Poco a poco perdía el control que solía tener sobre su cuerpo. Ambos entendieron que los efectos del Vilorium todavía permanecían activos en él, degradando cada segundo su parte humana; quizás hasta destruirla por completo. Era por eso el apremio. Y su explosiva irritabilidad cuando Manolo fallaba en la proporción, y tenía que repetirse todo nuevamente. Entonces tumbaba las pipetas, volteaba las mesas, volaba por el laboratorio golpeándose contra las paredes, tratando tal vez así de terminar con su existencia. De terminar con el martirio que aguijoneaba su mente. Ese martirio que en realidad era el temor de perderse así mismo, de existir sin saber que existe, de ser absorbido completamente por la irracionalidad propia de los dípteros, y perderse irremediablemente de su mundo. 

Manolo logró compadecerse de su estado. Comprenderlo. Al punto de convertirse en un excelente asistente. Un químico formidable. Cada instrucción era ejecutada al pie de la letra, hasta que la fórmula pudo terminarse. Así nació una amistad que se volvió con el paso de lo meses, casi un nexo de fraternidad. La mosca metió su probóscide en la nueva fórmula, y sorbió, sorbió como no lo había hecho en años. Pero Rufus tenía la sospecha de que algo estaba mal, no sentía los efectos de la primera vez. La excesiva sudoración, la taquicardia, el leve mareo. Era como si el Vilorium hubiera perdido su efecto. Miró la cara risueña y esperanzadora de su ayudante, tal vez esperando que dijera algo. Que qué sentía, por ejemplo, pero no, no sentía nada, ese era precisamente el problema. Viloria señaló la puerta con su pata. Manolo entendía bien qué significaba. Ya se lo había dicho antes. Se lo había advertido en caso de que el experimento fracasara; tendría que irse y olvidar todo lo que había pasado. Ese era el trato, respetaría su vida si no decía nunca su paradero. Por el contrario, Manolo se fue triste. Preocupado por Viloria. De que lo encontrara la policía dentro de aquel laboratorio. De que se suicidara o lo mataran.

Manolo llegó a su casa de noche como un espectro. Entró burlando el sistema de seguridad. Encontró a la esposa hablándole antes de dormir como si él estuviera allí, sobre la cama. Entre lágrimas mencionaba su nombre una y otra vez: Manolo, Manolo, mi Manolo. Tal vez lo daba por muerto y hablaba tristemente con su fantasma. Pero está vez él le respondió y ella se quedó muda de la conmoción: -No llores mi chichita, aquí estoy, vivo. La esposa le brincó encima y le besó, apretó su cabeza entre sus grandes pechos. –Manolo mi amor, qué te pasó. Estaba angustiada por ti porque aquella mosca…Manolo le tapó la boca con la suya y sus manos la recorrieron, la abordaron con hambre de deseo contenido por muchos días. Extrañaba el sabor de su carne, su porosidad, su suavidad. Apretaba sus labios carnosos con los dientes. Era como morder una ciruela llena de jugos. Chichita mi amor, decía, cómo te extrañé todo este tiempo. Ella no decía nada, sólo lo miraba devorarla hasta perder los sentidos.

Chichita le contó todo a Manolo. Resultaba que mientras él permanecía incomunicado por la mosca, la policía había detenido a la banda de Iturrieta. Confesaron que había sido el empresario Carpio Manrique quien que les pagó para atrapar a Viloria, y no Manolo Garnica. Reconocieron algunos asesinatos que justificaron con legítima defensa, porque las victimas trataban de agredirlos. Patraña que la policía no se tragó y los tribunales no creyeron. Carpio Manrique fue llevado por fin a prisión, tras suficientes indicios incriminatorios. La sentencia fue irrevocable para los imputados: Manrique, treinta años por homicidio intelectual y premeditación en primer grado. Iturrieta y su banda, treinta años por homicidio culposo en primer grado.

Manolo en rueda de prensa limpió su nombre. -Pero señor Garnica, díganos, ¿por qué la mosca comecarne no se lo comió? –Señores, ustedes mienten, esa mosca no come carne. Nunca me hizo daño, se los aseguro. -¿Y cómo regresó a su hogar, volando como Superman? -No, sólo me dejó ir. -¿Sí?, ¿así nomás? -Sí, así es. -Díganos, ¿la mosca lo llevó a su casa y le preparó una piña colada? - ¡Basta señores! , no he venido a jugar, sólo a dejar claro que soy inocente. –Sí claro, lo sabemos, pero, ¿cuándo nos va a presentar a la mosca? Todos lanzaron carcajadas, hasta el mismo Manolo sonrió. Estaba claro que su inocencia o el arresto de los verdaderos culpables, no era la noticia, la noticia era la mosca. Y seguiría siéndolo por mucho tiempo.

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Creí que mis sentidos se habían agudizado: olía la pólvora de la bala que no había explotado, escuché cada órgano de mi cuerpo y la sangre fluir por la arteria impulsada por mi corazón. Pensé que la muerte estaba tan cerca que no podría distinguirla si venía. Y en realidad, no lo hice. Nunca pude saber si había muerto luego de ese día. Sólo sigo escuchando voces. Algunas conocidas, otras no. Algunas veces escucho gente que me rodea y llora. Se torna todo como una pesadilla. Me gustaría sentirlos cuando me tocan. Abrazarlos. Quisiera alentarlos. Decirles que siempre hay esperanza. Que tal vez un día yo salga de esta situación. Y me pueda mover y parar y caminar. Porque es terrible estar así. Como si muriera por gotas. Por gotas contadas por ese pitido interminable de la máquina. Es algo parecido a soñar despierto. Sólo que no puedes abrir los ojos. O aún más terrible. Como morir soñando. Y en ese caso, sería el primero que muere así. Extracto del cuento EN COMA.
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