Cuando la conocí era callada a
tal extremo que debía adivinar sus pensamientos. Salíamos todos los días
después del trabajo y trataba de agradarla en todas las formas posibles.
Sacarla de sí misma sería uno de esos trabajos dignos de un psiquiatra o de
esos amigos de la adolescencia que pervierten a los tímidos. Pero no sé si es
que María era tímida o simplemente reservada, porque a la hora de contestar
algo lo hacía crudamente sin medir la potencia corrosiva de sus frases. No
obstante, sí, me enamoré porque necesitaba hacerlo de alguien, y no es que no
busqué otros prospectos, si los encontré, el problema es que no estaba entre
los prospectos de aquellos… Mis amigos se burlaban al verla callada mientras yo
no paraba, como una especie de can que ladraba y ladraba a su amo
para que lo sacara a pasear, y así trascurrió un buen tiempo. Salíamos del
trabajo bajando por el boulevard, tomábamos café, íbamos al cine, devorábamos
muchas clases de helados y tortas, pero nunca decía la frase que quería
escuchar.
Un día salimos del trabajo muy
tarde y le invité a tomar sólo un café. El boulevard estaba casi en tinieblas
porque faltaban faroles, desolado como un desierto de concreto, había mucha
basura y latas de cervezas. Pateé una accidentalmente y de la sombra emergieron
dos siluetas. Eran dos tipos drogados con navajas que pasaban de una mano a
otra:- dame la cartera chamo. María lanzó su cartera y yo la mía, pero ellos se
interesaron en María de otra forma. La puse tras mío y me cuadré como boxeador,
el más grande me atacó con la navaja pero logré quitársela, le di un puño por
la mandíbula desencajándola, el otro logró cortarme un brazo pero lo desconecté
con un rodillazo limpio en el tabique nasal, luego de eso, como que no tuvieron
voluntad de seguir y desaparecieron en las mismas sombras. –Así pasa con los
cobardes, le dije a María. Ella corrió y se prendió a mí con una fuerza que me
hizo entender lo que quería entender desde que la conocí. Podría haber sido un
evento desafortunado si todo hubiera seguido igual entre maría y yo, pero ella
se tornó particularmente dulce metiendo los dedos de sus manos dentro de los
míos, dándome besos casi a cada instante, unos besos cálidos y húmedos que
interpretaba de la forma que lo interpretaría el mismo shekespierre, amor.
Si ustedes vieran cómo está María
dirían que es otra María. Ahora habla más que yo, expresa muchas cosas y creo
conocerla bien. Cuando nos reunimos con mis amigos lleva la delantera en muchos
temas. Pero no le gusta que le lleven la contraria y quiere decidirlo todo,
hasta el tipo de café que tomamos. “–Ya saben no comeremos carne hoy, sino
ensalada con pedacitos pan.” Sagrada palabra, debemos pensar y comer lo que
dice. El grupo ya le saca el cuerpo, no quieren que la traiga. Yo mismo me
estoy obstinando con sus celos, me cela de las mujeres que pasan por la tele,
de las autoras de los libros, de las profes de la universidad, de los
personajes de mis cuentos, hasta de mis hermanas y de mi madre.
Quiere casarse conmigo y ya tiene
todo preparado. Todo será de blanco como en las películas. Seleccionó los
invitados, el servicio, la comida, los trajes, la ropa interior , los padrinos,
las madrinas, el sacerdote, el carro, la luna de miel, la casa donde viviremos,
los hijos que tendremos (una niña y un niño nada más), el trabajo que tendré
(no le gusta que sea escritor, quiere que sea médico); tiene una lista de todo
lo que debemos hacer cuando seamos abuelos, envejeceremos en una casa de campo,
dice, y trataremos, no digo que sea posible, de que la muerte nos lleve al
mismo tiempo.