Sonó el timbre a las cinco de la tarde y el niño abrió la puerta. El abuelo estaba justo en el umbral, de cuclillas, y con los brazos extendidos para abrazarle. El niño gritó: ¡abuelo!, y se echó sobre él con gran euforia. –Niño, niño de mi corazón, dijo, cómo te quiero. –Sí abuelo, yo también…El niño se le quedó viendo las manos, como buscando algo. –Ah, aquí tienes, dijo el abuelo, y sacó unos caramelos de sus bolsillos. -¿Son de chocolate abuelito?, ¿de qué son?, dijo el niño.-Son de miel hijo, de miel. ¿Y tu padre?, dijo, mientras miraba cada rincón de la casa. Tenía una extraña melancolía en sus ojos, como si regresara de un largo viaje, y como si cada parte de la casa le recordara momentos entrañables. –Está en el trabajo abue…lito, decía el niño tragando los caramelos. Pero mamá está en casa de la vecina. – ¡Caramba!, dijo, siempre están ocupados, y tengo tanto que decirle a mi hijo. -¿Qué abuelo?, dijo el niño.-A tú padre hijo, que me gustaría decirle lo hermoso que es allá dónde estoy. Por eso vengo todas las tardes a decirle cómo es…quiero verlo algún día por allá, dijo el abuelo.-Pero ya mi papi viene abuelito, dijo el niño. –No hijo, tengo varios días viniendo, y nunca llega. –Sí abuelito, si llega, dijo el niño. –Pero mucho después, cuando este viejo ya se ha ido. -¿Quiero ir contigo abuelo?, dijo el niño. –Algún día hijo, ahora estás muy pequeñito. Además, tienes que decirle a tu papi que lo amo mucho, y lamento que mi partida haya sido tan inesperada. Me gustaría que comprendiera que a veces la muerte llega sin aviso.
Pasó cierto tiempo, como más de una hora. La tarde ya daba el aviso crepuscular, y la bóveda celeste se ponía naranja y luego roja. El niño jugaba en presencia del abuelo, le decía cosas de su mundo fantástico de superhéroes, carros volantes, y dragones superestelares. Tenía un montón de plastilina que doblaba aplastaba y estiraba, dándole formas y nombres, y con orgullo lo enseñaba a ese anciano que admiraba porque era el papá de papito, o porque le daba caramelos, o porque sabía muchas cosas. Pues, ese día, cuando el padre llegó del trabajo, el niño le cuchicheó el mensaje en el oído, y éste, sin poder contener lo que sentía, lloró de la misma forma que el día anterior, y el anterior, y el anterior…
Qué bonito cuento, conmovedor.
ResponderEliminarGracias Poemas Sépticos.Por cierto, he leído algunos de tus poemas: Miel, Años, Omnipresente, entre otros...son excelentes.
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