-¿QUIÉN A OIDO HABLAR DE UN
TIPO LLAMADO CUATRO?-Nadie, dice uno. Otro dice que no sabe quién es. Los demás
no contestan, pero sus ojos delatan que sí saben. Me quedo detallando sus
miradas, la dirección que toman sus cabezas al girarlas con lentitud
temblorosa. Me doy cuenta que algunas miradas furtivas apuntan a un sujeto
volteado hacia la pared de la celda en posición fetal. Imaginaba a Cuatro más
temible, por detrás su espalda era tan estrecha, que podía pasar por un fideo
gigante. – ¡Oiga, oiga Cuatro, levántese, que va a ser trasladado! Cuando lo vi
seguía pensando igual sobre su aspecto. Supe también al verlo por qué le
apodaban Cuatro, tenía lentes con aumentos muy potentes. Un cuatro ojos sin lugar
a dudas. Realmente no parecía un tipo tan peligroso sino otro tonto. Mis
agentes lo metieron a la patrulla sin dejar de apuntarle aún esposado. No
dejaba de verme ni un instante, como si estudiara todos mis movimientos. Las
malas lenguas o tal vez las lenguas que solían inventar más de la cuenta,
decían que era capaz de matar hasta con un alfiler. Yo tendía al escepticismo
desde que me inicié como agente hacía treinta y cinco años. Había escuchado
tanto cuento fantástico que no me causó curiosidad ver a Cuatro. Aunque en
realidad, sí, pero no una curiosidad al extremo de creer que estaba frente a un
tipo salido de los comics de Marvel.
Para asegurarme de que mis agentes hicieran las cosas como se trazaron, me
introduje en la patrulla donde estaba Cuatro. Era una caravana de tres patrullas
llenas de agentes y todo estaba monitoreado. Un helicóptero custodiaba desde
arriba. Pero más allá de todo el control que tenia de la situación, me
incomodaba mucho la mirada de Cuatro. Era una mirada de odio muy peculiar, no
como las de otros presos, esta tenía un poder de sugestión inexplicable.
La intercomunal
Guarenas-Guatire estaba bloqueada por una cola interminable de carros. El
sonido de las mariposas pretendía abrir un camino posible pero lento, hasta que
llegó un punto que ni siquiera eso: -¡Apártense! ¡Apártense!, dije con el
altavoz, y fue cuando se abrió una ruta zigzagueante entre los monstruos de
fierros calientes de sol. Aumentamos la velocidad al salir del estanco, pero
una de las patrullas se recalentó y nos estacionamos mientras el gato trataba
de enfriar el motor. – ¡Échale agua al radiador!, grité. Cuatro quería orinar y
le pusimos en la vía, todos le apuntaban sin perder un detalle de sus
movimientos. Pidió que alguien le bajara la bragueta pues tenía las manos
detrás de la espalda esposadas. Mandé a Johnny cuyas manos temblaban al
hacerlo. Cuatro sonreía, parecía disfrutar sentir el miedo en los demás. Le
mojó las manos a Johnny al mover su cosa cuando este se le acercó para subir la
bragueta. Se reía porque creyó que nadie tenía las agallas para golpearle. Yo
me paré frente a él y le di uno que le sacó el aire, más atrás Johnny que cobró
valor al verme. Lo montamos como perro en la patrulla y seguimos al Rodeo.
Pasarían treinta años para que pudiera salir a vengarse de nosotros, si no lo
mataban dentro. Eso último sería una mejor solución al problema. Pero lo más
seguro es que lo tuvieran como héroe por los policías que había mandado a la
otra vida. Qué tal si Cuatro no llega al penal, pensé, qué si de pronto ocurre
un accidente lamentable... Por radio dije Alberto que llevara el helicóptero al
penal, igual hice con las patrullas custodias. ¡Márchense ya! dije,
acostumbrado a que nadie refutara nada. Cuatro miraba mis ojos con suspicacia,
olfateaba el peligro tanto como yo. Si tenía poderes de verdad, ya abría
descifrado mi plan. Le dije al gato que se desviara. Estacionó a mi señal. Me
bajé del carro y caminé largo hasta un terreno donde ya no se distinguía la
patrulla. Miré alrededor, los ranchos enquistados en los cerros estaban muy
lejos para que apareciera algún imprudente. Miré el terreno polvoriento lleno
de basura y moscas, el lugar ideal para la muerte de una bestia. Calculé el
sitio exacto donde caería su humanidad producto de los tiros. La muerte debía
ser limpia y sin cabos sueltos. –Traigan a Cuatro, dije por radio.
Construía los hechos del
siniestro como una proyección holográfica de mi mente sobre el terreno. Cosas
que da la experiencia. Miré nuevamente alrededor hasta el punto más alto de los
cerros. Mi vista de sexagenario tenía limitaciones obvias, sobre todo con el
centelleo del sol sobre los techos de zinc. Pero como dije antes, los cerros
estaban muy distantes y no había un alma en todo el perímetro. Los únicos
testigos de lo que sucedería estaban en el carro y ahora se aproximaban con
Cuatro. Por cierto, noté que se tardaban. -¡Traigan a Cuatro! , dije por radio
otra vez. Metí mi mano en la parte izquierda de la chaqueta y palpé la mágnum
cañón corto, estaba allí dispuesta a cumplir todos mis deseos. No era como la
clásica reglamentada por la división,
olvidada dentro de la cajuela de la patrulla. Mojé la punta de mi dedo y lo
alcé, no había viento. Mejor, la bala no se desviaría de su objetivo. La frente
lisa y amplia de Cuatro sería perforada hasta el otro lado. Escupí a un punto
impreciso del suelo y lo froté con el pie, aquí caería la cabeza del
interfecto. -¡Traigan a Cuatro! ¡Responda sargento! ¡Responda! La radio estaba
apagada, otra razón para sospechar. Otra razón para que se le ocurran a uno
ideas locas. Desenfundé la mágnum. Mis pasos avanzaron escépticos hacia donde
alguna vez estuvo una patrulla color gris. Sobre el suelo, dos huellas impresas
de neumáticos y dos cuerpos inertes con heridas del tamaño de un alfiler.
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