Edgar, anoche soñé algo muy malo contigo. Soñé que el patrón te comía en el almuerzo con ensalada y arroz, y no es que no me guste la ensalada con arroz, pero no quiero que tú seas parte del menú. Eres mi único amigo en este infierno de tierra, monte y culebras. Puro trabajo desde que nací por mi color de piel, lo reconozco, me espera el fin…, pero tú, tú eres diferente Edgar, mereces ser feliz. Crees que no me doy cuenta de tú inocencia, vives sólo para saltar y comer saltamontes. Por las noches sales, pero no para fornicar como hacen todos, sino para cantarle al Orinoco, yo misma escucho esos sonidos que haces con tu boca. La noche parece tornarse misteriosa y romántica, y hasta comienzan a surgir estrellas grandes, parecidas a las gemas que cargan las hijas de los patrones en el cuello. Que bello cuando cantas Edgar, y el cielo se llena de luces. Hasta los bichos salen a cuchichear cosas sobre ti, cosas buenas desde luego, a pesar de que a veces te los comes. ¿Quieres saber de tus padres?, te diré que están tan preocupados como yo por lo del sueño…, pues sí, se los conté todo, aunque te pongas bravo conmigo. Ellos también se lo contaron a toda la familia, y ahora vigilan afuera para que no te malogre el patrón. Son como mil, quizás más... ¿Sabes algo?, yo no estoy segura que los tuyos puedan con el Patrón, tiene armas Edgar, tiene unas bichas que disparan fuego y quema la piel. Acaso no has escuchado cómo suenan, a veces las disparan los capataces para matar chigüires. Te digo que no le quita el sabor a la carne, y por el contrario se pone blandita. A veces llega aquí ese olor cuando la cocinan, y me gustaría tenerla entre mis dientes. Imagino que la carne se deshace en mi boca y la disfruto hasta llenar la pansa. Pero luego tú te pones aquí, en mi mente, y me dan ganas de vomitar porque creo que te estoy tragando Edgar, tu pobre cuerpecito verde se retuerce en mi garganta y te expulso como cadáver calcinado.
Tus padres quieren que vayas con ellos para que no se cumpla el presagio que soñé. Yo les he dicho muchas veces que no te tengo en una jaula, que tú mismito puedes irte cuando quieras; como cuando llegaste a mis manos…, ¿recuerdas?, acababa de salir del río limpiecita, y me puse esos harapos que los patrones llaman vestido, y allí estabas tú, sobre la roca. Me dieron ternura tus ojos Edgar, y te toqué, y no te fuiste, sino que te quedaste ahí para que te tocara más. Recuerdo que diste un gran salto y te hundiste en mi vestido, dentro de un bolsillito que pasó a ser tu dormitorio. En la cabaña no me gustaron tus modales, aunque no tengo moral para juzgarte. Pero es terrible tu manera de comer y hacer pupú, y creo que por eso podrían descubrir tu presencia. ¿No lo crees Edgar?, pues, yo sé que es posible, porque la otra vez llegó una peste que ni te cuento. Los hombres morían con sólo respirar aquel aire de muerto que venía de alguna parte; y no tardaron en buscar aquí la raíz de todos los males. Por eso te digo que decidas tu destino. No es posible que sigas aquí a riesgo de tu propia vida, a riesgo de que te coma el patrón. Es en serio Edgar, al patrón le encantan los animalitos. Se los come con ensalada y arroz, ¿recuerdas el sueño?...Sí, lo sé, tú no crees en esas cosas de los sueños. Pero igual que los humanos te pones nervioso y tienes pesadillas. Me dan unas ganas de reír porque sé que en el fondo tienes miedo del presagio. Te paras en medio de la noche y te metes dentro de mi manta quietecito, para que yo no te sorprenda y te mande otra vez a tu dormitorio, al bolsillito de mi vestido.