Inspirado en una historia de mi tía Yoli
Todas las noches después de la hora nona, cruzan la calle un grupo de ánimas comandadas por una coja. Recorren la acera en busca de imprudentes que otean como lechuzas por las ventanas. Una vez, una vieja entrépita llamada Eulalia, famosa por sus chismes (parece que hasta había destruido matrimonios y familias enteras por su lengua), se divertía metiendo el ojo por la rendija de su ventana. Sabía que era la manera más discreta de enterarse de todo. Pero la calle era un desierto. Eulalia, con modorra, resiste un poco más. Cree que puede darse lo de la otra noche, el pleito de Juan con Josefina. El estrépito de golpes, gritos, y la bocina de la poli. Había sido toda una fiesta. Una delicia.

La historia dice que Eulalia siguió las indicaciones de su madre anciana, y buscó un niño de pocos días de nacido. Y en el momento justo, cuando se detuvo el tlac tlac de la coja en su ventana, lo pellizcó. Dicen que el bebé lanzó un chillido tan fuerte, que aquellas ánimas se volvieron al mismo infierno.